jueves, 6 de junio de 2013

Para el taoísmo todo intento de aferrar con la mente, de dominar o controlar la esencia fluídica de la Naturaleza, acarrearía trágicas consecuencias, pues el eterno fluir es una constante universal. El cambio es la condición básica de la Naturaleza y del Universo manifiesto. Todo ocurre como debe ser. Ni un copo de nieve cae donde no debe caer. El maestro taoísta enseña al discípulo a comportarse como un ser acuático, fluido, a desapegarse, a dejarse llevar por la corriente del devenir. La mente, la respiración, el cuerpo, el espíritu del sabio han de ser como el agua pura: flexible, maleable, adaptada a toda circunstancia, de libre fluir, jamás estancada, viva, fresca, transparente, compasiva, limpia de toda maldad, siempre a la búsqueda del gran Océano.


Cuando nos sumergimos en una experiencia acuática, la mente, el cuerpo, 
la respiración se sincronizan con este elemento.